“Ya estás buscando la solución o
la moraleja. ¡Pobres locos! Se os figura que el mundo es una charada o un
jeroglífico cuya solución alguna, esto no es ningún acertijo ni se trata aquí
de simbolismo alguno. Esto sucedió tal cual te lo he contado, y si no me lo
quieres creer, allá tú.” -- Relatos de Unamuno, El que se enterró
Quince
minutos después del terremoto de febrero 2010, un tsunami devastó la ciudad de
Constitución, Chile. Se llevó la mitad de la ciudad, incluso un barrio donde vivían
muchos pescadores, porque quedaba cerca al río. Un hombre que vigilaba el
departamento donde vivimos como misioneras era de ese barrio. él nos acercó y
nos pidió que pasaramos para visitar su esposa.
Ya no
había calles ni números ni direcciones, entonces estuvimos media hora
preguntado por su familia. Casi nos dábamos por vencidas, pero al final, alguien
le conocía, y nos guío a su habitación. Nos llevó a una mediagua, donde la
esposa nos invitó a pasar.
Mediaguas como se construyeron después del tsunami.
Nunca
olvidaré los momentos que sucedieron. Nos contó de su casa de antes, de las
fotos y los recuerdos que habían perdido. Antes tenían un auto y una casa buena
con todo lo suficiente de retirarse, pero ahora no tenían casi nada. Tal como
el amigo de Emilio, yo quería darle consuelo y prometer las bendiciones de Dios
por medio de Su evangelio y la oración, pero ella no quiso escuchar. Ella tenía
rabia. Rabia con todo, con la situación, pero más que nada, tenía rabia con
Dios. No podía entender por qué Dios había permitido que pasara ese horror en
su vida, y lo más que yo intentaba a ayudarla, lo más que se enojaba.
Al final,
quedé escuchando sus gritos. Jamás en mi vida he sentido tan inútil. Igual al amigo de Emilio, estaba buscando la
solución, una que sanaría su pena. Pero al principio no podía entender que
ella, como Emilio, no quería una solución. Emilio quería que alguien le
escuchara aunque él sabía que su amigo no entendería completamente.
No estoy
segura como, pero quedamos nosotras dos llorando cuando ella nos mostró la
ducha comunal que usaba, y le abrazamos. Emilio comparó a su amigo a un perro,
diciendo que igual al perro, el amigo no podía entender lo que él les estaba
diciendo. Tampoco yo podía entender exactamente lo que la esposa estaba
pasando, pero me sentía algo de su pena. Eso era lo que ella necesitaba, mucho
más que a una solución.
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